El río Copiapó

Rio Copiapó: Memoria Histórica en Imágenes:

Recuerdos del río Copiapó o nostalgia por el agua del pasado


Parece un chiste. Un curso de agua congrega a cientos de personas. Gente parada en un puente casi absorta por el ritmo del agua al pasar. Una foto familiar junto a un barroso torrente debilitado. Son postales que estos días inundan sitios, facebook y twitter de los copiapinos y copiapinas.


Y es que es probable que la gente de otras ciudades se ría, pero para quienes nacimos en esta ciudad o la adoptamos como nuestra, es una emoción. Y aunque estemos a miles de kilómetros la emoción se transmite a través de videos y fotos, es mi caso. Leí por ahí que algunos hasta casi lloraban de la emoción y es que los entiendo plenamente. 


Cuando vi el primer video y cuando alguien me escribió que el río había bajado, simplemente no lo creí y pensé que era uno de las muchas exageraciones de un día de lluvia. Ya había pasado antes con la lluvia del 16 de mayo del año pasado, escuchamos que el río había bajado, pero constatamos en terreno que era solo un rumor quizás alimentado por el deseo de ver un torrente que a esas alturas parecía más una leyenda urbana.


Y es que aún había varios/as que creían que nunca había existido tal curso de agua. La gente que llegaba a Copiapó les costaba creer que en el lecho terroso y seco alguna vez existió algo parecido a agua. Hacían bromas sobre el uso del río y alguna vez escuché decir que porque no construían casas (vaya comentario premonitorio eso a la luz de las nuevas poblaciones que se construyen en las cercanías del otrora río).


No recuerdo exactamente el año en que dejó de pasar agua, pero si guardo algunos recuerdos de infancia asociados al río. Recuerdo las tardes de verano cuando con el típico calor copiapino y debido a la falta de recursos para pagar la piscina municipal, formamos grupo para ir al río a refrescarnos. Bastaba que dos adultos nos acompañaran e íbamos a las pozas que se hacían en el sector de El Pretil o a la mini laguna artificial que espontáneamente se había construido en las cercanías de la calle Salas. Recuerdo que en las orillas varias familias organizaban picnics y era típico ver frazadas tiradas en la hierba que profusa crecía junto al lecho.


Más de una vez me quedaba mirando el agua correr desde el antiguo puente la Paz, cuando era de madera y uno podía mirar por entre los tablones. Recuerdo el agua transparente y hasta pequeños peces que solían tener su vivienda en las aguas que parecían siempre limpias. Difícil de creer pero cierto. Ese era nuestro río Copiapó, con un caudal que nunca fue tremendo, excepto durante las lluvias, pero que era constante.


No recuerdo bien la última vez que lo vi con agua. No recuerdo bien cuando dejó de albergar ese pequeño curso rodeado de verdes matorrales o profusos colas de zorros y cañas. Desde que se secó lo vi revivir brevemente dos veces. Una fue un verano, que no recuerdo el año, en que bajo durante tres días con un hilo de agua muy pequeño y que fue posterior a los grandes temporales de 1997 y la otra fue a raíz de un perforación realizada por aguas chañar buscando pozos. Fueron brevísimos instantes que no alcanzaron a traer todo el esplendor que significaba nuestro río. Era un lugar hermoso, un curso de agua pequeño, pero que nos hacía reconocer el olor a tierra mojada y a mirar la línea verde que lo circundaba.


Ahora otra vez estaba lejos y nuevamente me lo perdí, al igual que durante las grandes lluvias de 1997, y no tuve más remedio que revisar los videos y fotografías que mostraban esta histórica crecida, aunque aún albergo la esperanza de volver a ver el curso de agua y toda la vida que se formaba en torno a un río que hoy parece más una leyenda urbana que una realidad. Soñar no cuesta nada y en una de esas el agua regrese a su cauce natural. Y ahí les prometo que si lloraría de emoción.


Fuente: https://blogs.soychile.cl/


Fotografías del recuerdo, cuando aún teníamos río...








La situación del río es bien significativa: desapareció gradualmente de tal forma que nadie pareció notarlo, como alguien que muere de muerte natural, es decir sentir que tenía que pasar porque así es la vida. sin embargo todo aparecía de esa manera porque por debajo su eliminación era maquiavélicamente planificada por un sistema económico, esas aguas podían tener dueño, el imaginario del río con todo lo que eso significaba era sacrificable por la especulación, los vínculos con lo trascendente se cortan y el ser queda a merced del crédito y el consumo, no hay libertad 







El cauce yermo, infecundo, del río Copiapó es una dolorosa cicatriz en nuestra memoria que no queremos que se borre si no es con el regreso de sus aguas.
No ha sido el cambio climático, ni el calentamiento global, ni la mala suerte. El Factor humano es el único culpable de este atentado a la naturaleza. Los espacios vacíos suelen llenarse con olvido; la amnesia e indiferencia sobre lo que aquí ocurre merman no solo nuestra calidad de vida, también hieren nuestra identidad local.

¡¡¡ No queremos que se borre de nuestro imaginario la imagen del río como siempre debió estar.!!!


El regreso del río Copiapó

Este video fue realizado el día previo a la inundación en Copiapó, con la emoción y alegría de la esperada vuelta del río a nuestra ciudad. Lo que pasó después ya es conocido... 


El actual Río Coopiapó. Con el regreso de sus aguas, se ha construído un hermoso parque!!!

Río Copiapó. Sector Iglesia San Francisco.


El río Copiapó se muere

El valle de Copiapó se está secando. No se trata de la falta de lluvia propia de una zona desértica, sino que simplemente se consume mucho más que lo que el acuífero recarga naturalmente. Podría ser peor, porque los derechos de agua otorgados cuadruplican esa cantidad. El desarrollo económico simplemente no consideró el factor agua. Los agricultores enfrentan serios problemas para regar sus cultivos y las mineras pagan hasta US$ 60 mil por litro/segundo de agua para asegurar su abastecimiento. Gracias a eso, empresarios locales se han embolsado hasta US$ 4 millones por vender derechos que recibieron gratuitamente de parte del Estado. Este verano el consumo humano estuvo en serio riesgo de racionamiento. Las nuevas reservas alcanzan para tres años. Copiapó está en cuenta regresiva.

"Esto no es un espejismo. Entregamos agua en el desierto". El letrero publicitario de Aguas Chañar se levanta en medio del paisaje lunar del camino que une el aeropuerto Desierto de Atacama y la ciudad de Copiapó. Hace tan solo unos meses, el aviso de la empresa sanitaria estuvo a punto de convertirse en una broma de mal gusto. Porque los pozos que hasta el año pasado abastecían a la ciudad, se secaron.

Fue un golpe de suerte que las nuevas perforaciones llegaran a las napas en el primer intento. De lo contrario, el verano pasado se habría racionado en un 50% el suministro de agua para los habitantes de Copiapó. Pero la amenaza no terminó. Ahora hay un nuevo plazo fatal: el agua potable alcanza para dos o tres años si es que no se encuentran nuevas fuentes de abastecimiento. Así de grave. Copiapó sigue en riesgo y aquí todos lo saben. La preocupación recorre desde los gerentes de las grandes mineras trasnacionales hasta el más pequeño de los agricultores.

Esta es la frontera sur del desierto más seco del mundo. Pero a medida que uno recorre los 50 kilómetros que separan al aeropuerto de la capital de la Tercera Región, el panorama empieza a cambiar. Primero aparecen unas manchas verdes a la orilla del camino. Luego arbustos. Y poco antes de llegar a Copiapó, ya se ven espinos, pimientos y plantaciones de olivos. Nos acercamos a un oasis. Pero un oasis en peligro de extinción.

El valle es regado por el río Copiapó. Se alimenta de afluentes que bajan desde los glaciares de la Cordillera de los Andes y solía escurrir a lo largo de 160 kilómetros hasta llegar a las costas del Océano Pacífico. Pero hoy ya no se sabe exactamente dónde termina. La última vez que se lo vio correr de cordillera a mar fue en 1997, luego de una gran lluvia. Actualmente, el paisaje en ciertos tramos es simplemente desolador.

En el centro de la ciudad, las protecciones construidas para contener el lecho del río ocupan un espacio enorme: bien podría correr por allí el río Mapocho en pleno invierno. Está hecho así porque se calcula que cada 10 años llueve intensamente y el cauce se llena. Eso dicen, aunque cuesta creerlo. Porque allí hoy sólo hay basuras, perros vagos y hasta se pueden ver personas y autos circulando. Ni una poza de agua.

La situación podría parecer normal en una ciudad rodeada de desierto, pero no lo es. Acá había un río. No es posible culpar de su desaparición a los ciclos metereológicos, la mala suerte o San Isidro. Acá hay responsables. Varios. El Código de Aguas y viejas autoridades encabezan la lista. Porque fue la suma de normas y la aplicación de éstas la que permitió que se otorgaran derechos de agua que superan varias veces la capacidad de la cuenca. Los estudios disponibles dicen que ciertos tramos del acuífero no recuperan su nivel normal desde 1988.

Los números son elocuentes: el acuífero recarga naturalmente cerca de 4.500 litros por segundo, pero actualmente se extraen más de 7.000. Casi el doble. Lo más preocupante es que los derechos otorgados cuadruplican la recarga, lo que indica que si todos quienes los poseen intentaran ocupar el agua, el desabastecimiento sería total.

-Si fuera una cuenta corriente, tendrías copada la línea de crédito- grafica el jefe de la división de Concesiones de la Superintendencia de Servicios Sanitarios, José Luis Szczaranzki.

Siguiendo la figura, lo único que puede asegurar el abastecimiento en el largo plazo sería depositar fondos frescos a la cuenta. Inyectar más agua al sistema. ¿Cómo hacerlo? En eso está el debate que cruza Copiapó a todo nivel.

Agua: derecho privado cuestionado

En la mano trae dos libros ajados y con muchos párrafos subrayados. Uno es el Código de Aguas de 1981; el otro, el Código de 1951. Sólo falta el que se dictó en 1969, pero no lo tiene porque lo prestó. Nildo Pedemonte los conoce en detalle, ya que inició su carrera en la Dirección General de Aguas en 1947. "Tengo 16 años. 16 para los 100", bromea este ex funcionario público que ya camina lento, pero no abandona la chaqueta y la corbata.

Se apasiona cuando habla del problema del agua. "Aquí lo que hay es negligencia. Se aplicó mal el Código de Aguas", dice mostrando los volúmenes que dejó sobre la mesa. Cuando se entregaron los derechos -explica-, se consideró a las aguas subterráneas para hacer pozos como independientes del río superficial, aun cuando formaban parte del mismo sistema. Fue como sacar toda el agua de la misma fuente. Y ésta empezó a secarse. "Los errores comenzaron con el código de 1981", asegura Pedemonte abriendo el tomo respectivo.

Es fácil apuntar a la norma dictada durante el régimen de Pinochet. Si bien considera al agua como un "bien nacional de uso público", en la práctica privatizó el recurso. Básicamente permite que cualquiera pueda solicitar derechos de agua, los que se le entregarán sin problema mientras en la cuenca no se hayan decretado restricciones y no choque con los derechos de otra persona. La entrega es gratuita, pero el agua pasa a formar parte del patrimonio del nuevo dueño que la inscribió a su nombre. Un bien como cualquier otro, sujeto a las normas del mercado. Y en Copiapó el mercado del agua está particularmente activo.

Nildo Pedemonte fue director de la DGA de Atacama hasta 1992. Recuerda que hasta 1981 se entregaban mercedes de agua en proporción a los cultivos que desarrollaba cada persona, lo que hacía que el agua estuviera ligada a la tierra y que no se otorgaran más derechos de los que se iban a usar para una actividad en particular. Ese vínculo desapareció con el nuevo código. "Fue una medida nefasta, por cuanto el volumen proporcionado excedía el  

Fue la época en que el valle empezó a llenarse de plantaciones de viñas y las empresas mineras se multiplicaron. La región se desarrollaba. Durante toda la década de los '80 y hasta comienzos de los '90, las solicitudes se dispararon. Hasta que los derechos otorgados quintuplicaron la capacidad de la cuenca. ¿Cómo nadie se dio cuenta de que la situación era insostenible?

-Yo soy el culpable, porque yo firmaba las resoluciones- admite Pedemonte mirando bien de frente.- Las firmaba porque como director tenía que cumplir con el Código de Aguas.

Él sabía que el valle estaba sobreexplotándose y aunque no pensó que llegaríamos al punto actual, asegura que ya en 1985 la pidió al entonces director nacional de la DGA, Eugenio Lobos, que no siguieran entregando derechos. Dice que su jefe le respondía citando estudios que garantizaban la existencia de grandes volúmenes de agua subterránea. Pedemonte trataba de explicarle que las napas se llenaban con las filtraciones del agua superficial, y que si seguían explotándose, el recurso se agotaría. También argumentaba que ya a fines de los años '60, la CORFO había hecho estudios que decían que los recursos subterráneos no debían entregarse en forma masiva. Lobos lo contradecía.

La actual directora regional de la DGA, Kattherine Ferrada, reconoce que se cometieron errores, y avala la explicación de Pedemonte: "Si nosotros como DGA hubiésemos dicho no (a la entrega de derechos), nos hubiese llegado una tremenda demanda de todos lados porque no teníamos argumento legal para rechazarlos".

Sólo en 1992, y cuando el problema era ya evidente, la DGA determinó que ante la falta de disponibilidad de agua, no podían seguir otorgándose derechos. Pero el daño ya estaba hecho. El tiempo empeoraría la situación, hasta llegar a un punto insostenible.

La resolución que cerró la cuenca lleva la firma del abogado Gustavo Manríquez, quien encabezó la DGA durante el primer gobierno de la Concertación. Tomó la decisión tras recibir un informe que revelaba que la cuenca era deficitaria. Pero Manríquez exculpa al Código de Aguas de 1981 de los males de Copiapó. Fue uno de los redactores de la normativa y explica que ya desde la época de Bernardo O'Higgins el agua se vendía y que la excepción fue el Código del '69, que nació con la Reforma Agraria.

-El argumento (de que no se puede tener más agua de la necesaria para producir) no me gusta, porque querría decir que yo no podría tener ninguna cosa más allá de lo necesario para vivir. Así condenamos al país y dejamos se producir. El punto, es que no se decidió antes cerrar una cuenca que estaba sobreexplotada -sentencia.

Agricultura v/s minería

Copiapó ha sido históricamente una zona minera. Su clima la convierte también en una atractiva área agrícola, donde cada año se origina la primera cosecha frutícula del país. Los años '80 y los '90 intensificaron ambas actividades a tal punto, que hoy se culpan mutuamente como las causantes del agotamiento del agua.

Las fotos satelitales muestran a Copiapó como un largo cinturón rodeado de un patchwork en distintas tonalidades de verde. De las 10 mil hectáreas cultivadas, cerca del 70% corresponde a uvas de exportación. Río arriba, las parras desafían la ley de gravedad. Las laderas de los cerros están cubiertas de inclinadas plantaciones.

Hacia ellos apuntan los pequeños agricultores, que río abajo se quejan de que el agua es absorbida en la parte alta y ellos sólo reciben las sobras. El conflicto está instalado y según el gerente de la Junta de Vigilancia que administra el uso de las aguas superficiales del Río Copiapó, Cristian González, seguirá creciendo: "Si tú le entregas los derechos a la gente y ellos pueden seguir creciendo, por qué no lo van a hacer. Si ves que al lado la minería compra derechos y no es tan sustentable e igual los usa, nadie quiere parar. Esta es una guerra en que nadie quiere salir herido."

Instalaciones mineras en Tierra Amarilla.

Las explotaciones mineras son más de 60 en el valle y constituyen el principal motor de la economía. A nivel regional, esta actividad es la responsable de cerca del 50% del PIB. El seremi de Minería, Ulises Carabantes, sube la cifra a tres cuartos del producto, considerando el impacto indirecto. Una cifra que avalan los empresarios del rubro al recalcar que un metro cuadrado de explotación minera genera una rentabilidad 10 veces superior a la misma superficie utilizada por la agricultura.

En Tierra Amarilla, la comuna de 12 mil habitantes aledaña a Copiapó, ambas actividades conviven a pocos metros de distancia. Un observador distraído podría pensar que los cerros que encajonan al pueblo son iguales a los del resto del valle. Pero una mirada más atenta revela que gran parte de las laderas son artificiales. Son acumulaciones de material estéril de las numerosas faenas mineras.

-Para trabajar en agricultura aquí hay que ser valiente, hay que amar mucho la tierra y luchar contra molinos de viento. Soportar el tránsito de los camiones, las chancadoras y las tronaduras- dice Lina Arrieta, una de las directoras de la Junta de Vigilancia del Río Copiapó. Lo dice parada junto a la cerca del campo de su madre, donde se ven los restos de un antiguo derrame de relave minero que limita con los cultivos de parras. Alrededor están las faenas de Minera Carola, Ojos del Salado y Punta del Cobre.

Arrieta es una de las dirigentes más combativas de la zona. En 1992 fue una de las que presionó para que se disminuyeran las emisiones de la fundición Paipote, y hoy su lucha está concentrada en el agua. Ha visto cómo el desierto ha ido avanzando mientras sus vecinos venden los terrenos a las mineras. En la zona, el riego es casi exclusivamente con agua superficial, lo que contribuye a que las napas subterráneas se sequen. Ella hizo un pozo de 80 metros que quedó en cero en sólo tres años.

-Recuerdo que el río era la piscina gratuita a la que uno iba. Tenía entre 20 y 30 metros de ancho. Hoy está seco. Me da una angustia tremenda. A los copiapinos eso debió alertarnos, pero todavía seguimos siendo tremendamente irresponsables- dice.

En 2006, un estudio encargado por empresas privadas de la zona a Golder Associates, determinó que el 75% del agua extraída en el valle era usada por la agricultura, mientras que un 13% correspondía a la minería. Un nuevo estudio hecho el año pasado por el experto estadounidense Charles M. Burt -por encargo del gobierno regional- cambió un poco las proporciones. Según sus cifras, la minería es responsable del uso del 31% del agua y la agricultura del 53%.

Quienes culpan a la minería argumentan que ésta usa el agua mucho más intensivamente, mientras que la agricultura riega sólo algunas horas al día y en ciertos períodos del año. Técnicamente, su factor de uso es mucho menor. Eso implica que un mismo derecho agrícola vendido a la minería resulta en la práctica un aumento en el consumo. Además, en los cultivos la tierra absorbe parte del líquido, que vuelve a las napas subterráneas.

La tesis es refutada por el gerente de Medio Ambiente de Minera Atacama Kozán, Ernesto Rojas, una de las explotaciones vecinas a las tierras de Lina Arrieta. Rojas explica que el uso de agua en la minería ha disminuido con las nuevas tecnologías y que el consumo real es bajo. El líquido se reutiliza en los procesos y el concentrado de cobre sólo tiene entre un 3% y un 5% de humedad. Por cada tonelada de cobre extraido se consume un 20% de agua (200 litros).

-Si te comes una uva, te estás comiendo 80% de agua. Nosotros, cuando ocupamos el agua, también se evapora y vuelve al sistema. Lo que se consume es poco en relación a otras actividades. La fruta consume 80%; nosotros 20% -asegura.

Kattherine Ferrada, directora regional de la DGA

El seremi de Minería también rechaza las culpas que se le endosan al sector por la escasez de agua. A diferencia de la agricultura, sostiene Carabantes, todos los proyectos mineros deben someterse al Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental, por lo tanto la información es transparente. Los cultivos, en cambio, se multiplican sin que nadie los vigile. El ex director regional de la CONAMA, Plácido Ávila -quien fue removido recientemente por su actuación en un juicio por derechos de agua (ver recuadro)- también cuestiona que la agricultura no fuera sometida a evaluación ambiental y cree que el sector debió ser regulado.

Pero la más radical es la representante de la Dirección General de Aguas, Kattherine Ferrada. Tiene 29 años y apenas se presenta advierte que suele hacer declaraciones políticamente incorrectas. Cumple. Pese a que cree que el tema se ha inflado demasiado, también advierte que la situación actual pone un freno al desarrollo regional:

-"La región tiene que desarrollarse, pero hasta qué punto se desarrolla. Si estamos en medio de un desierto, tú no puedes pretender tener un vergel en toda la cuenca. Llega un momento en que tú alcanzas el tope de tu desarrollo porque ya los recursos no te dan para más". 

En este caso, el agua.

-¿Estamos ya en el límite?

-Yo creo que sí.

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